CARACAS._ En Venezuela, la nacionalidad dejó de ser un derecho inviolable para convertirse en un instrumento político.
El régimen de Nicolás Maduro pretende, una vez más, reescribir la Constitución a su conveniencia.
Ahora, amenaza con retirar la nacionalidad a quienes piensan distinto, a quienes se atreven a disentir, a quienes levantan la voz ante la corrupción, la miseria y el abuso.
Esta postura no solo es ilegal, sino profundamente inmoral.
La Carta Magna es clara: la nacionalidad venezolana por nacimiento no puede ser privada bajo ninguna circunstancia.
Pero en un país donde la ley se aplica al antojo del poder, las palabras de la Constitución son tratadas como papel mojado.
Maduro quiere fabricar apátridas por decreto.
Los venezolanos que han huido del hambre, de la persecución o del miedo, no dejaron de amar a su tierra.
Fueron expulsados por un sistema que los traicionó.
Pretender despojarlos de su nacionalidad es un intento desesperado de borrar la culpa del Estado ante el mundo.
Es negarles su identidad, su raíz y su historia.
Nadie puede arrebatar lo que el nacimiento otorga.
Ningún regimen, por más autoritario que sea, tiene la potestad de eliminar lo que la patria da por derecho.
La nacionalidad no es un favor del poder, es una condición humana amparada por la ley. Y atacarla, es atacar la esencia misma del ser venezolano.
El régimen teme a la crítica porque sabe que ha perdido legitimidad.
Por eso persigue, censura y ahora pretende despojar. Su miedo es su mayor debilidad.
Pero la identidad no se destruye con decretos ni amenazas.
El sentimiento de ser venezolano vive en cada exiliado, en cada voz que no se rinde.
Maduro podrá manipular leyes, tribunales y discursos, pero jamás podrá borrar la sangre ni el orgullo de un pueblo que nació libre.
Porque la nacionalidad no se expropia, se defiende. Y los venezolanos, dentro o fuera, seguirán siendo hijos de una patria que ningún tirano podrá negar.
PD. Para colmo, Nicolás Maduro es colombiano
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