Santo Domingo, RD._ El béisbol se está llenando de genios de oficina que jamás tomaron un bate. Gente que pretende explicar el juego con fórmulas y algoritmos.
La cibermetría, esa ciencia de laboratorio que mide lo inmedible, ha convertido la pasión en ecuación. Y lo peor: ahora decide quién vale millones y quién no.
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Antes, el talento se veía en el terreno. Un bateador con .300 de promedio era respetado; un lanzador con veinte victorias era una garantía. Eso era medir.
Hoy, un jugador con promedio bajo pero alto OPS+ o WAR recibe contratos astronómicos. ¿Por qué? Porque las máquinas dicen que “aporta valor oculto”.
¿Oculto para quién? Para el fanático, seguro. Porque al público no le interesa cuántos ángulos de salida genera un swing, sino cuántas carreras produce.
La cibermetría sostiene que un boleto vale más que un hit. Absurdo. Un boleto no emociona, no impulsa carreras, no cambia el ánimo de un estadio.
Un hit puede mover al corredor, abrir el marcador o salvar un juego. Un boleto es solo paciencia. El béisbol no se gana caminando, se gana bateando.
Las estadísticas tradicionales —promedio de bateo, carreras impulsadas, efectividad, victorias— han resistido el tiempo porque reflejan lo que realmente importa: producir resultados visibles.
Hoy, sin embargo, un pelotero con más boletos que hits puede ganar un contrato de cien millones, mientras otro con corazón y garra queda relegado.
Las oficinas se han llenado de ejecutivos que nunca jugaron pelota, pero deciden quién merece una fortuna basándose en un porcentaje que ni entienden.
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El béisbol no puede depender de números que ignoran la esencia del juego: el momento, la presión, el carácter, el instinto, lo que no cabe en un gráfico.
Si seguimos dejando que las computadoras dicten el valor de un pelotero, pronto el béisbol dejará de ser deporte. Será una hoja de cálculo con uniforme.
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